martes, 11 de octubre de 2011

Cuando alguien se va, quien se queda, sufre más.

Me acuerdo la tarde en que te fuiste, era lluviosa y tú no llevabas paraguas. Estabas empapado de pies a cabeza y tu cabello, rubio, hecho una maraña. Yo no me recuerdo, es más,  dudo haber estado ahí presente, sin embargo te recuerdo a ti.
-Me voy- dijiste decidido – Mis padres me llevan lejos y creo que ya no te podré volver a ver. Lo siento mucho porque estoy acostumbrado a ti, pero creo que es hora de un cambio.
Todo ese discurso que me dijiste nubló mi mente por completo -¿Se va?- retumbó ese pensamiento en mis oídos, y lancé una carcajada tan fuerte que mi garganta se lastimó un poco. -¿Él? ¿Irse? Debe ser una broma. Sin embargo, te diste vuelta y caminaste hasta tu casa.
Recuerdo muy bien esa imagen, aún sueño con ella y créeme ha sido mi pesadilla por años. No te dije nada, no te sonreí, no te toqué ni te besé… ¡NADA! Actué como si no me importaras y tú actuaste como si yo no te importara a ti, supongo que por eso mi reacción fue tan fría y descabellada.
Días después lloré, me enojé, rompí todas tus fotos, de lo que me arrepiento sinceramente, te maldije y juré por todos los dioses que nunca más querría saber de ti. No sabía si estaba molesta contigo o conmigo, por no haberte dicho nada que te recordara a mí o simplemente besarte como siempre lo quise hacer.
Sé que esta confesión no sirve de nada ya, pero si alguna vez me vuelves a ver, quiero que sepas que aún atesoro la imagen tuya cuando caminabas hacia mí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario